Neutrinos
La confirmación experimental de que los neutrinos poseen masa obligará a revisar el modelo estándar de la Física de partículas.
Casi todo lo que rodea a los neutrinos constituye un misterio, incluso su misma existencia. En 1930, el físico austriaco Wolfgang Pauli la predijo para resolver el problema de la desintegración beta, un fenómeno radiactivo en el que un átomo inestable emite o un electrón o su antipartícula, un positrón. Pauli esgrimió una razón de peso para afirmar que los neutrinos tenían que existir: de otro modo, una de las más sacrosantas leyes de la física, la conservación de la energía, no funcionaba para este tipo de desintegración.
Hoy sabemos que en el Sol se originan más de doscientos billones de billones de billones de ellos cada segundo. La cuestión es que los neutrinos son capaces de atravesar un muro de plomo de varios cientos de miles de millones de kilómetros de espesor como si fuera aire.
Para dar con ellos, se usan enormes detectores subterráneos. En esencia, la mayoría están compuestos por un enorme tanque de agua rodeado de fotorreceptores, unos sensores capaces de captar los débiles destellos de luz que aparecen cuando un neutrino choca con el núcleo de alguno de los átomos de las moléculas de agua.
Gracias a dos de estos ingenios, los físicos Takaaki Kajita y Arthur McDonald lograron determinar que los neutrinos poseen masa, lo que les ha valido el Nobel, aunque, como suele suceder, con ello han surgido otros interrogantes que, por el momento, los científicos son incapaces de explicar: si tienen masa, ¿por qué es tan pequeña? Y, sobre todo, ¿qué va a pasar con el vigente modelo estándar de la física de partículas, que asegura que no debería tenerla?